La sonda Solar Orbiter de la Agencia Espacial Europea (ESA) ha captado por primera vez el movimiento del campo magnético en el polo sur del Sol, un fenómeno clave para comprender el ciclo magnético solar. Los datos, obtenidos durante marzo de 2025 y analizados por un equipo del Instituto Max Planck para la Investigación del Sistema Solar (MPS), muestran que las estructuras magnéticas se desplazan hacia el polo a velocidades mayores de lo que predecían los modelos anteriores.
El Sol sigue un ciclo magnético de unos once años, regulado por dos grandes corrientes de plasma que circulan en cada hemisferio. Cerca de la superficie, esas corrientes transportan las líneas del campo magnético desde el ecuador hacia los polos; en el interior, regresan hacia el ecuador, cerrando una vasta “cinta transportadora” de magnetismo solar. Esta dinámica determina la periodicidad de la actividad solar, pero sus mecanismos, especialmente en las regiones polares, seguían siendo desconocidos por la limitada perspectiva que ofrecen las observaciones desde la Tierra o desde la eclíptica.
Mapas del polo sur del Sol promediados durante 15 horas a partir de observaciones del instrumento SO/PHI-HRT de Solar Orbiter. A la izquierda se muestra la velocidad del plasma (colores claros y oscuros indican flujo hacia o desde el observador) y a la derecha el campo magnético lineal. Créditos: ESA & NASA / Solar Orbiter / PHI-Team / MPS.
Lanzada en 2020, Solar Orbiter orbita el Sol en trayectorias elípticas cada vez más inclinadas. En marzo de 2025, por primera vez, la nave se situó a 17 grados respecto al plano orbital de los planetas, lo que permitió observar el polo sur solar con una claridad inédita. La nueva investigación, publicada en The Astrophysical Journal Letters, combina los datos de dos de sus instrumentos principales: el Polarimetric and Helioseismic Imager (PHI), que mide la dirección y velocidad de los flujos de plasma y la intensidad del campo magnético en la fotosfera, y el Extreme Ultraviolet Imager (EUI), que capta las emisiones del ultravioleta extremo en la cromosfera.
Las imágenes del EUI revelan una red de puntos brillantes que traza las huellas del campo magnético en la atmósfera solar. Estas estructuras, originadas en las celdas de convección llamadas supergranulaciones —formaciones de plasma caliente de entre dos y tres veces el tamaño de la Tierra—, delinean los bordes de la red magnética solar. Al combinar ocho días de observaciones, los investigadores pudieron seguir el desplazamiento de esos puntos a medida que el Sol rota, observando que se mueven hacia el polo sur a una velocidad media de entre 10 y 20 metros por segundo.
El instrumento EUI de Solar Orbiter muestra el movimiento de las estructuras magnéticas brillantes en el polo sur del Sol, observadas entre el 16 y el 24 de marzo de 2025. Los puntos brillantes del ultravioleta extremo se desplazan hacia el polo a velocidades de entre 10 y 20 m/s. Créditos: ESA & NASA / Solar Orbiter / EUI-Team / MPS.
Este hallazgo contradice las estimaciones anteriores, basadas en observaciones desde la eclíptica, que indicaban un flujo mucho más lento en las latitudes polares. Según los investigadores, las supergranulaciones actúan como trazadores naturales del movimiento del campo magnético y hacen visible, por primera vez, el componente polar del ciclo solar.
Las mediciones del instrumento PHI complementan esta visión al mostrar la distribución de las velocidades y los campos magnéticos fotosféricos en la región polar. Juntas, ambas series de datos ofrecen una imagen más precisa de cómo la materia y el magnetismo interactúan en los extremos del Sol, donde se originan procesos determinantes para la formación del campo magnético global y el comportamiento del viento solar.
Mapa del instrumento EUI/FSI de Solar Orbiter obtenido el 21 de marzo de 2025, donde se destacan en verde los puntos brillantes cromosféricos de larga duración dentro del sector analizado. Créditos: ESA & NASA / Solar Orbiter / EUI-Team / MPS.
Aunque los resultados proporcionan una instantánea detallada del polo sur, representan solo un momento del ciclo solar. Los científicos esperan que las próximas órbitas de Solar Orbiter, cada vez más inclinadas, permitan obtener observaciones prolongadas y desde mayores latitudes, cruciales para comprobar si esta circulación magnética mantiene su velocidad a lo largo de todo el ciclo de once años.
Los datos confirman que el magnetismo solar es más dinámico y uniforme de lo que se creía. Las futuras campañas de Solar Orbiter podrían finalmente esclarecer el papel de los polos en la generación del campo magnético global y, por extensión, en los periodos de máxima y mínima actividad del Sol.
El nuevo catálogo global de dust devils revela vientos de hasta 158 km/h y abre nuevas perspectivas para futuras misiones a Marte.
Durante dos décadas, las sondas europeas Mars Express y ExoMars Trace Gas Orbiter (TGO) (misión conjuntra entre la ESA y Rusia) han observado la superficie de Marte con una constancia sin precedentes. De ese inmenso archivo de imágenes, un grupo de investigadores ha conseguido ahora algo que parecía inalcanzable: rastrear más de mil torbellinos de polvo, conocidos como “dust devils”, para reconstruir los patrones del viento que moldean el clima marciano. El resultado es el primer catálogo global de estos fenómenos en movimiento, un mapa detallado de los vientos del planeta rojo que revela que las ráfagas más intensas soplan mucho más rápido de lo que se creía.
Distribución de 1.039 torbellinos de polvo en Marte detectados durante la primavera y el verano de ambos hemisferios. Los puntos de color indican las ubicaciones y las flechas, la dirección y velocidad del movimiento. Créditos: ESA / Bickel et al. (2025).
El estudio, publicado en la revista Science Advances y dirigido por el investigador Valentin Bickel, de la Universidad de Berna, representa un salto en nuestra comprensión de la atmósfera de Marte. Hasta ahora, los modelos meteorológicos del planeta se basaban en datos limitados procedentes de unas pocas misiones de superficie y observaciones puntuales desde la órbita. Gracias al análisis automatizado de miles de imágenes obtenidas por las cámaras de Mars Express, lanzada en 2003, y de ExoMars TGO, que llegó en 2016, los científicos han podido rastrear 1.039 torbellinos individuales y determinar la velocidad y dirección de movimiento de 373 de ellos.
En las nuevas imágenes se aprecia cómo los torbellinos se forman, desplazan y desvanecen sobre distintos terrenos, desde llanuras polvorientas hasta cráteres y las laderas de los grandes volcanes marcianos. La comparación de secuencias obtenidas con segundos de diferencia permitió medir su desplazamiento lateral y deducir la velocidad del viento local, que en algunos casos alcanza los 44 m/s (unos 158 km/h). Aunque la atmósfera marciana es tan tenue que una persona apenas sentiría el empuje de ese viento, las velocidades registradas superan las predicciones de los modelos actuales, lo que sugiere que la dinámica superficial de Marte es más activa de lo estimado.
Estos remolinos tienen un papel esencial en la meteorología marciana, pues son responsables de levantar el polvo que oscurece el cielo y modifica la temperatura del planeta. En la atmósfera de Marte, el polvo actúa como un regulador térmico: durante el día puede reflejar la radiación solar y enfriar el suelo, mientras que de noche ayuda a retener el calor. Este mismo polvo también sirve de núcleo para la formación de nubes y, cuando las tormentas se generalizan, contribuye a que el vapor de agua se escape al espacio. En ausencia de lluvia, las partículas permanecen suspendidas durante largos periodos, recorriendo todo el planeta y manteniendo en equilibrio el ciclo del polvo que condiciona su clima.
Distribución de 1.039 torbellinos de polvo en Marte detectados durante la primavera y el verano de ambos hemisferios. Los puntos de color indican las ubicaciones y las flechas, la dirección y velocidad del movimiento. Créditos: ESA / Bickel et al. (2025).
Los investigadores desarrollaron una red neuronal entrenada para identificar torbellinos en los datos de archivo. Con este sistema, revisaron imágenes tomadas por los instrumentos de ambas sondas desde 2004 hasta 2024. El resultado fue un catálogo que no solo localiza los dust devils, sino que indica su tamaño, dirección y desplazamiento. Los mapas generados muestran que, aunque estos fenómenos aparecen en casi todas las regiones del planeta, son especialmente frecuentes en Amazonis Planitia, una vasta llanura situada al noroeste del ecuador marciano cubierta por finas capas de polvo y arena. También se observan torbellinos en los flancos de los grandes volcanes como Olympus Mons y Arsia Mons, donde las diferencias térmicas entre las zonas altas y el entorno favorecen su formación.
La mayor parte de los torbellinos se produce durante la primavera y el verano marcianos, entre las 11:00 y las 14:00 hora solar local, coincidiendo con el máximo calentamiento del suelo. Este comportamiento es similar al observado en regiones áridas de la Tierra, donde los remolinos se originan por diferencias de temperatura entre el suelo y el aire cercano. En Marte, sin embargo, la falta de humedad y la escasa densidad atmosférica hacen que estos torbellinos puedan alcanzar tamaños mucho mayores, algunos de varios cientos de metros de altura.
El hallazgo no solo amplía el conocimiento del clima de Marte, sino que tiene consecuencias prácticas para futuras misiones. Los torbellinos y tormentas de polvo afectan directamente al rendimiento de los paneles solares de los vehículos robóticos. El polvo acumulado puede reducir la energía disponible e incluso dejar inoperativos a los exploradores, como ocurrió con el rover Opportunity en 2018. Sin embargo, los dust devils también pueden tener el efecto contrario: el viento que generan ha limpiado ocasionalmente los paneles de rovers como Spirit y InSight, prolongando su vida operativa. Con el nuevo catálogo, los ingenieros podrán prever con más precisión las zonas y épocas con mayor probabilidad de actividad eólica, lo que servirá para planificar aterrizajes y operaciones en la exploración de Marte.
La cámara CaSSIS de la sonda ExoMars Trace Gas Orbiter captó este torbellino de polvo desplazándose sobre Marte el 3 de diciembre de 2021. La ligera diferencia temporal entre los canales de imagen permitió estimar su velocidad y dirección. Créditos: ESA / Bickel et al. (2025).
El equipo de investigación destaca que estos datos ayudan a perfeccionar los modelos atmosféricos del planeta y permiten prever la cantidad de polvo que podría depositarse sobre un futuro rover o módulo de aterrizaje. Al conocer mejor la dirección predominante de los vientos en una región, se pueden diseñar estrategias de limpieza más efectivas o sistemas de orientación de los paneles solares para reducir la acumulación de partículas. Además, el catálogo está disponible públicamente, lo que permitirá que otros grupos de investigación lo utilicen para contrastar modelos o estudiar la evolución del clima marciano a lo largo del tiempo.
Resulta especialmente notable que las sondas utilizadas no fueron diseñadas para medir el viento. El logro del equipo consistió en aprovechar un artefacto del propio proceso de obtención de imágenes. Tanto en Mars Express como en ExoMars TGO, las cámaras capturan varias tomas del mismo punto de la superficie en distintos canales de color o ángulos de visión, con una diferencia temporal de segundos entre cada una. Si algo se mueve entre una toma y otra, como un torbellino de polvo, se produce un leve desplazamiento en su posición o color al combinar las imágenes. Lo que normalmente se considera un “ruido” o error de alineación fue convertido en una herramienta de medida: la distancia entre las posiciones sucesivas permitió calcular la velocidad de desplazamiento del fenómeno.
En el caso de Mars Express, cada secuencia de observación incluye hasta nueve canales de imagen, con intervalos de 7 a 19 segundos entre cada uno. Durante ese breve tiempo, un torbellino puede avanzar decenas de metros, lo suficiente para estimar su velocidad. En ExoMars TGO, las cámaras capturan dos vistas con una separación de hasta 46 segundos, lo que facilita observar desplazamientos mayores y validar las mediciones obtenidas con la otra sonda. Con estos datos combinados, los investigadores lograron reconstruir los movimientos tridimensionales de los dust devils, incluyendo sus oscilaciones laterales y cambios de velocidad durante su desarrollo.
Secuencia animada obtenida por la cámara HRSC de la sonda Mars Express el 20 de noviembre de 2018, donde se observa el desplazamiento de un torbellino de polvo sobre la superficie de Marte. Estas observaciones ayudan a comprender cómo el viento levanta y transporta el polvo en la tenue atmósfera marciana. Créditos: ESA / Bickel et al. (2025).
El estudio pone de relieve cómo el análisis de archivo y la aplicación de técnicas de inteligencia artificial están abriendo nuevas vías en la investigación planetaria. La posibilidad de medir directamente los vientos cerca de la superficie es fundamental para comprender la circulación atmosférica y los procesos de erosión que modelan el paisaje marciano. A largo plazo, estos resultados permitirán refinar las previsiones meteorológicas locales y mejorar la seguridad de futuras misiones tripuladas, donde la acumulación de polvo podría comprometer tanto los sistemas energéticos como la visibilidad y las comunicaciones.
Marte, con sus inmensos desiertos y tormentas globales, sigue siendo un laboratorio natural para estudiar cómo la dinámica atmosférica evoluciona en un planeta sin océanos ni una atmósfera densa. Los remolinos de polvo, que durante años se consideraron simples curiosidades visuales, se revelan ahora como una de las claves para entender la respiración diaria de su atmósfera. Gracias a la paciente observación de las sondas de la ESA y al ingenio de los científicos, cada nuevo torbellino detectado nos ofrece una pequeña ventana a los mecanismos que gobiernan el clima del planeta rojo.
La Agencia de Exploración Aeroespacial de Japón (JAXA) anunció oficialmente el fin de las operaciones del orbitador climático de Venus Akatsuki el pasado 18 de septiembre de 2025, tras más de ocho años de observación continua del planeta. El final de la misión se produce más de un año después de la pérdida de contacto con la sonda en abril de 2024, cuando entró en un estado de control de actitud de baja precisión que impidió recuperar las comunicaciones.
Akatsuki —también conocida como PLANET-C o Venus Climate Orbiter— fue lanzada el 20 de mayo de 2010 desde el centro espacial de Tanegashima a bordo de un cohete H-IIA. Concebida como una misión científica para estudiar la dinámica atmosférica y meteorología venusiana, su objetivo principal era entender los procesos detrás de fenómenos como la superrotación de la atmósfera o la distribución de nubes y aerosoles en distintas capas.
La historia operativa de la misión estuvo marcada desde el principio por dificultades técnicas. En diciembre de 2010, el intento inicial de inserción orbital falló debido a un mal funcionamiento en el motor principal de maniobras. La nave quedó entonces en órbita solar, alejándose de Venus. Sin embargo, un complejo trabajo de recuperación durante los siguientes cinco años permitió que el 7 de diciembre de 2015 se lograra una segunda inserción, esta vez con éxito, utilizando únicamente los pequeños propulsores de control de actitud.
El nuevo perfil orbital resultante fue muy distinto al originalmente previsto. En lugar de un período orbital de 30 h con paso cercano a la atmósfera, Akatsuki entró en una órbita altamente elíptica, con períodos de aproximadamente 10 días y una distancia máxima al planeta de hasta 370.000 km. A pesar de ello, los instrumentos científicos de la nave funcionaron durante años a pleno rendimiento, obteniendo datos únicos sobre la compleja atmósfera de Venus.
Entre sus instrumentos se contaban cinco cámaras diseñadas para observar distintos rangos del espectro, desde el ultravioleta al infrarrojo medio, y un oscilador ultraestable para realizar experimentos de ocultación de radio. Con estas herramientas, Akatsuki llevó a cabo observaciones simultáneas en múltiples longitudes de onda, lo que permitió construir modelos tridimensionales de la atmósfera venusiana con un detalle sin precedentes.
Uno de sus descubrimientos más destacados fue la detección de una gigantesca onda de gravedad atmosférica —no confundir con ondas gravitacionales— en diciembre de 2015. Esta estructura en forma de «arco» se extendía a lo largo de 10.000 km y se mantenía estacionaria sobre la región montañosa de Aphrodite Terra. Este fenómeno fue interpretado como el resultado de una interacción entre el relieve de superficie y las capas altas de la atmósfera, lo que proporcionó nuevas pistas sobre la dinámica de los vientos venusianos. Posteriormente, la misión documentó la existencia de un chorro ecuatorial a gran altitud y numerosos sistemas de nubes complejos, incluyendo regiones de partículas finas en las nubes medias cuya composición sigue siendo objeto de estudio.
Venus en rotación captado por la cámara infrarroja IR2 de la sonda Akatsuki de la JAXA. Créditos: Javier Peralta/JAXA
Uno de los logros científicos más relevantes de Akatsuki fue la aplicación por primera vez de técnicas de asimilación de datos, ampliamente utilizadas en la meteorología terrestre, al estudio del clima en otro planeta. Esta metodología permitió mejorar la reconstrucción tridimensional de los patrones de circulación atmosférica venusianos, ofreciendo una imagen más coherente del fenómeno de la superrotación, por el cual la atmósfera gira mucho más rápido que la superficie del planeta.
A pesar de que dos de sus cámaras infrarrojas dejaron de funcionar en diciembre de 2016 por fallos electrónicos, el resto de los instrumentos continuaron operando de forma estable durante años, lo que permitió extender la misión más allá de su duración nominal. En 2018 concluyó la fase científica principal, dando paso a una etapa de operaciones prolongadas que se extendió hasta la primavera de 2024, cuando se perdió contacto definitivo con la nave.
Aspecto de la sonda Akatsuki. Créditos: JAXA
El fallo que provocó el silencio de la sonda estuvo relacionado con una degradación progresiva del sistema de control de actitud, posiblemente agravado por el envejecimiento de los sistemas electrónicos. La nave entró en un modo de baja precisión que impidió orientar correctamente sus antenas hacia la Tierra, y pese a varios intentos, no fue posible restablecer la comunicación. Aun así, JAXA esperó más de un año antes de declarar oficialmente el fin de la misión, lo que finalmente ocurrió el 18 de septiembre de 2025, cuando se ejecutó el procedimiento de finalización operativa.
Con el cierre de esta etapa, JAXA pone fin a su primera misión exitosa de exploración de Venus, que ha sido también una de las más longevas en órbita del planeta. La trayectoria de Akatsuki no solo marca un hito en la historia de la agencia espacial japonesa tras el fracaso de la misión marciana Nozomi, sino que se inscribe en un contexto de creciente interés internacional por Venus, un mundo que durante décadas ha permanecido en segundo plano frente a Marte.
Mientras Marte ha acaparado los focos en la búsqueda de vida, Venus sigue planteando interrogantes clave sobre la evolución planetaria y el destino climático de mundos similares a la Tierra.
El rover Perseverance de la NASA ha detectado indicios que podrían representar una de las pistas más relevantes hasta ahora sobre la existencia de procesos biológicos en Marte en el pasado. El hallazgo se centra en una muestra rocosa, apodada Sapphire Canyon, extraída por el rover Perseverance en julio de 2024 de una formación conocida como Bright Angel, ubicada en el antiguo valle fluvial Neretva Vallis, en el cráter Jezero. La formación contiene sedimentos depositados en presencia de agua líquida, y se ha revelado particularmente rica en minerales como vivianita y greigita, compuestos que en la Tierra están asociados a procesos de origen microbiano.
Los datos fueron recopilados mediante los instrumentos científicos del rover, concretamente los espectrómetros PIXL y SHERLOC. Estas herramientas permitieron detectar en la roca concentraciones significativas de fósforo, hierro y azufre en forma de nódulos de menos de un milímetro incrustados en matriz arcillosa, una combinación considerada prometedora desde un punto de vista astrobiológico. Los investigadores han observado que los patrones de distribución de estos minerales aparecen alineados con frentes de reacción, estructuras típicamente formadas en procesos redox, es decir, mediante transferencias de electrones, que en la Tierra son utilizadas por microorganismos para generar energía.
La roca con las «manchas de leopardo» que podrían ser restos dejados por microbios, según la NASA
En particular, la presencia de vivianita (fosfato de hierro hidratado) y greigita (sulfuro de hierro) ha llamado la atención por su potencial asociación con la actividad biológica. En nuestro planeta, ambos minerales pueden generarse en ambientes anóxicos ricos en materia orgánica, como turberas o sedimentos marinos, y su formación puede estar vinculada a microorganismos capaces de metabolizar compuestos de hierro y azufre. Sin embargo, su existencia también puede explicarse por procesos abióticos, como reacciones químicas en entornos con temperaturas elevadas, condiciones ácidas o presencia de determinadas moléculas orgánicas, aunque ninguno de estos factores ha sido identificado en Bright Angel.
El hallazgo resulta aún más misterioso por haberse producido en una de las formaciones más jóvenes exploradas por Perseverance, desafiando la expectativa de la comunidad científica de que las señales de habitabilidad habrían quedado confinadas a las rocas más antiguas del planeta. El análisis sedimentológico de la zona, liderado por investigadores del Imperial College London y publicado recientemente en Nature, indica que el entorno de deposición corresponde a un lago de baja energía, lo cual es especialmente relevante para la preservación de posibles firmas biológicas. El equipo ha reconstruido este escenario a partir de los depósitos de arcillas y conglomerados finos, inusuales en lo que se pensaba que era un antiguo canal fluvial.
La formación Bright Angel, por tanto, representa un entorno potencialmente habitable que habría existido en un periodo más reciente de lo previsto en la historia geológica marciana. Aunque no puede afirmarse que los minerales hallados sean prueba directa de vida antigua, la hipótesis biológica gana peso frente a otras posibles explicaciones, en ausencia de signos evidentes de procesos abióticos como altas temperaturas o condiciones químicas extremas.
Muestras recolectadas por el rover Perseverance a julio de 2025. Créditos: NASA/JPL-Caltech
Sin embargo, la confirmación definitiva de este posible biomarcador requerirá el análisis en laboratorios terrestres con instrumentos de mayor sensibilidad. Para ello, será necesario que futuras misiones, como la Mars Sample Return (MSR), logren traer de vuelta las muestras recogidas por Perseverance, entre ellas Sapphire Canyon. La MSR, una colaboración prevista entre la NASA y la ESA, ha sufrido en los últimos meses recortes presupuestarios y desacuerdos administrativos que han puesto en duda su ejecución. Aunque aún no ha sido cancelada oficialmente, su desarrollo se encuentra paralizado de facto por decisión de la actual administración estadounidense, que ha realizado un recorte presupuestario sin precedentes en los programas científicos de la agencia espacial.
Diversos sectores de la comunidad científica han subrayado que hallazgos como el de Bright Angel deben actuar como un incentivo claro para reactivar el programa MSR. La posibilidad de analizar en la Tierra las muestras que Perseverance ha recogido con tanto cuidado, entre ellas una de las más prometedoras hasta ahora, pone en evidencia que solo con instrumentos avanzados en laboratorios terrestres podrá aclararse la verdadera naturaleza de estos posibles biomarcadores. Mientras tanto, Sapphire Canyon y las demás muestras permanecen almacenadas dentro del rover, a la espera de una decisión política y presupuestaria que determine si serán algún día estudiadas en nuestro planeta.
Este posible biomarcador representa, hasta la fecha, uno de los indicios más convincentes hallados por Perseverance, pero también un recordatorio de que la interpretación de biofirmas en planetas lejanos exige una prudencia extrema. Solo el estudio directo de estas muestras en la Tierra permitirá evaluar con el rigor necesario si Marte albergó alguna forma de vida microscópica en su remoto pasado.
Como dijo Carl Sagan: «Afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias.»
La sonda JUICE de la Agencia Espacial Europea realizó con éxito su único sobrevuelo a Venus el pasado 31 de agosto, utilizando la gravedad del planeta para modificar su trayectoria interplanetaria en dirección al sistema de Júpiter. Este encuentro forma parte de una serie de maniobras gravitatorias, una suerte de carambola orbital, diseñadas para permitir a la nave alcanzar su objetivo final sin agotar ingentes cantidades de combustible. El sobrevuelo se produjo a las 07:28 (hora peninsular española), marcando una etapa clave en la travesía de ocho años que la nave inició en abril de 2023 y que culminará en julio de 2031 con su llegada al entorno del gigante gaseoso.
Durante la maniobra, la nave pasó por las cercanías de Venus a unos 200 millones de km de la Tierra. Debido a las elevadas temperaturas en esta región del sistema solar, la sonda orientó su antena de alta ganancia hacia el Sol para proteger sus sistemas internos, actuando como escudo térmico pasivo. Esta configuración impidió que los instrumentos científicos de JUICE pudieran operar, por lo que no se realizaron observaciones ni se capturaron imágenes del planeta durante el paso. A pesar de esta limitación, el sobrevuelo permitió calibrar parte de los sistemas y verificar el funcionamiento global de la nave en condiciones térmicas extremas.
El éxito de esta maniobra tiene mayor relevancia considerando que semanas antes, el 16 de julio, JUICE experimentó una anomalía que interrumpió su capacidad de enviar telemetría a la Tierra. La falta de señal activó los protocolos de emergencia del centro de control en Darmstadt, Alemania, ante la posibilidad de que la nave hubiera entrado en modo de supervivencia. La restauración del contacto requirió el envío de comandos «a ciegas» a través de antenas de baja ganancia, en una operación que se extendió durante más de 20 horas. Finalmente, la respuesta fue recibida y se diagnosticó que el origen del fallo era un error de software relacionado con el reinicio de un temporizador interno. Todos los sistemas permanecieron operativos, y no se identificaron daños.
En los próximos años, JUICE continuará su viaje realizando dos nuevos sobrevuelos a la Tierra, en 2026 y 2029, antes de dirigirse definitivamente hacia Júpiter. Durante su misión principal en el sistema joviano, la nave explorará las lunas heladas Ganímedes, Europa y Calisto, con especial atención a su posible actividad geológica y presencia de océanos subterráneos. Estas observaciones permitirán obtener datos clave sobre la evolución de estos cuerpos y su potencial habitabilidad, al tiempo que se caracterizan el entorno magnético y de radiación del planeta. Con cada paso de su trayectoria, JUICE avanza hacia una nueva etapa de exploración del sistema solar exterior.