Los centauros son una de las poblaciones más singulares y menos conocida de los cuerpos menores del sistema solar. Orbitan entre Júpiter y Neptuno y se caracterizan por su naturaleza híbrida, ya que muestran rasgos tanto de asteroides como de cometas. Algunos permanecen como objetos inactivos, mientras que otros exhiben actividad cometaria cuando se acercan al Sol, liberando gas y polvo desde su superficie helada. Esta dualidad recuerda a los seres mitológicos que les dan nombre, mitad hombre y mitad caballo, lo que los convierte en auténticos “seres intermedios” entre dos mundos: el de los asteroides rocosos y el de los cometas helados.

Desde su descubrimiento, los centauros han despertado un gran interés porque representan un eslabón dinámico entre el cinturón de Kuiper y el sistema solar interior. Se piensa que muchos de ellos se formaron en las regiones externas, más allá de Neptuno, y que fueron desplazados hacia el interior por las perturbaciones gravitatorias de los planetas gigantes. Sus órbitas son inestables, y en escalas de unos pocos millones de años suelen ser expulsados del sistema solar, colisionar con un planeta o transformarse en cometas de periodo corto.

Más allá de su relevancia dinámica, los centauros han ofrecido sorpresas inesperadas. En 2014, por ejemplo, el centauro Cariclo se convirtió en el primer cuerpo menor en el que se descubrió un sistema de anillos, algo que hasta entonces se creía exclusivo de los planetas gigantes. Otros, como 2060 Quirón, el primer centauro descubierto en 1977, han mostrado emisiones de gas típicas de cometas, confirmando que en muchos casos resulta imposible encasillarlos en una única categoría. Incluso su nombre tiene un trasfondo poético: la denominación de “centauros” refleja precisamente esa condición de frontera, un pie en el mundo de los asteroides y otro en el de los cometas, tal como los seres mitológicos griegos eran mitad caballo y mitad humano.

El centauro Chariklo es el primer cuerpo menor del sistema solar en el que se descubrió un sistema de anillos, un hallazgo realizado en 201
Representación artística de Cariclo con sus anillos. Créditos: ESO/L. Calçada/M. Kornmesser/Nick Risinger

Los centauros no solo son interesantes por su compleja dinámica orbital, sino también por las implicaciones que tienen en la astrobiología. Estos cuerpos, al provenir de regiones frías y poco alteradas del sistema solar exterior, podrían albergar en su interior compuestos orgánicos complejos y agua en forma de hielo. Si en algún momento de su evolución son desviados hacia el sistema solar interior, pueden actuar como vectores de transporte de estos materiales hacia los planetas, incluida la Tierra. Su papel como posibles mensajeros de moléculas prebióticas refuerza la idea de que no se trata de simples bloques de hielo y roca, sino de piezas fundamentales para comprender los orígenes químicos que pudieron contribuir al surgimiento de la vida. La diversidad de colores observada en su superficie, que va de tonos grises neutros a rojos muy intensos, sugiere también que han experimentado diferentes procesos de irradiación y alteración, lo que los convierte en auténticos archivos químicos del sistema solar primitivo.

Aún no han sido visitados por una sonda espacial por lo que no se disponen de imágenes en alta resolución de ninguno de estos mundos, solo pequeños puntos de luz de unos pocos pixel.

Imagen del centauro activo P/2019 LD2 tomada por el telescopio espacial Hubble con una cola de más de 640.000 km de polvo y gas
El telescopio espacial Hubble captó en 2020 al centauro P/2019 LD2 mostrando una cola de más de 640.000 km de longitud, evidencia de su actividad cometaria cerca de la población de asteroides troyanos de Júpiter. Créditos: NASA, ESA, Bryce Bolin (Caltech), HST/WFC3.

Origen y dinámica orbital de los centauros

Los centauros forman una población transitoria e inestable de pequeños cuerpos helados y rocosos situada entre las órbitas de Júpiter y Neptuno. En esta región, la intensa influencia gravitatoria de los planetas gigantes hace que sus trayectorias sean caóticas y que cambien con rapidez en escalas de tiempo astronómicamente cortas, normalmente de unos pocos millones de años. Por ello, se consideran una población de transición: tarde o temprano, sus órbitas se alteran hasta que son expulsados del sistema solar, desviados hacia trayectorias cometarias o lanzados hacia el sistema solar interior.

Su origen está ligado a las regiones externas del sistema solar. Los modelos numéricos muestran que muchos centauros proceden del cinturón de Kuiper o de la dispersión de objetos transneptunianos, que son gradualmente empujados hacia el interior por la acción gravitatoria de Neptuno. Al alcanzar órbitas más cercanas al Sol, terminan cruzando las trayectorias de Saturno, Urano o Neptuno, estableciéndose temporalmente en esta región entre las órbitas de Júpiter y Neptuno. Con el tiempo, estas mismas perturbaciones continúan modificando sus órbitas hasta transformarlos en cometas de la familia de Júpiter o bien arrojarlos fuera del sistema solar.

Las características orbitales de los centauros son muy diversas. Sus semiejes mayores suelen encontrarse entre 5 y 30 unidades astronómicas, con excentricidades que varían desde trayectorias casi circulares hasta órbitas muy elípticas que se extienden desde las inmediaciones de Júpiter hasta más allá de Neptuno. También presentan una amplia gama de inclinaciones, lo que refleja el carácter caótico de su evolución. Las resonancias gravitatorias con los planetas gigantes pueden, en algunos casos, estabilizar sus órbitas durante un tiempo, aunque en la mayoría de las ocasiones acaban generando alteraciones que precipitan cambios drásticos.

El carácter híbrido de los centauros, intermedio entre los cometas y los objetos transneptunianos, se refleja también en su evolución física. Algunos de ellos han mostrado signos de actividad cometaria incluso a grandes distancias del Sol, lo que indica la presencia de hielos que se subliman con cantidades mínimas de energía. Este comportamiento, inesperado en esas condiciones, convierte a los centauros en piezas clave para comprender la migración de cuerpos helados, la activación de procesos cometarios en regiones frías y los vínculos que existen entre las distintas poblaciones de cuerpos menores del sistema solar.

Infografía cenital de las órbitas de varios centauros destacados y de los planetas exteriores del sistema solar con el Sol en el centro
nfografía que muestra las órbitas y la posición actual de algunos centauros notables en comparación con los planetas exteriores. NoSoloSputnik!.

Características físicas y colores de los centauros

El conocimiento físico de los centauros procede principalmente de observaciones fotométricas y espectroscópicas desde tierra y, en menor medida, de telescopios espaciales. Los tamaños estimados de estos objetos oscilan desde decenas de kilómetros hasta más de 300 km de diámetro, siendo Cariclo y Quirón dos de los mayores conocidos. Su densidad y estructura interna permanecen poco restringidas, aunque por analogía con cometas y objetos transneptunianos se supone que están formados por mezclas de hielos volátiles y materiales rocosos poco compactados.

Uno de los aspectos más llamativos de los centauros es la diversidad de colores que muestran en el rango visible e infrarrojo cercano. Algunos presentan tonos muy rojizos, como Folo, asociados a superficies ricas en compuestos orgánicos complejos que han sufrido irradiación ultravioleta y bombardeo cósmico durante millones de años. Otros, como Quirón, muestran colores más neutros o grisáceos, lo que podría indicar superficies renovadas por actividad cometaria, sublimación o impactos que exponen capas internas más frescas.

Esta variabilidad cromática sugiere que los centauros no forman un grupo homogéneo, sino que reflejan distintos grados de evolución superficial y diferentes orígenes dentro de la región transneptuniana. En algunos casos, la presencia de agua helada y de compuestos volátiles ha podido detectarse mediante espectros de absorción en el infrarrojo, reforzando la idea de que conservan materiales primitivos. El estudio de sus colores y espectros continúa siendo fundamental para relacionar a los centauros con sus posibles progenitores en el cinturón de Kuiper y con los cometas de periodo corto en los que muchos acabarán transformándose.

Las observaciones recientes con el telescopio espacial James Webb (JWST) han abierto una nueva ventana al estudio de los centauros. Sus espectros en el infrarrojo medio permiten identificar con gran sensibilidad hielos como el metano, el dióxido de carbono o el agua, que hasta ahora solo se habían inferido indirectamente. Estos datos refuerzan la idea de que los centauros son químicamente diversos y que en sus superficies coexisten materiales muy primitivos con capas modificadas por la radiación y la actividad cometaria intermitente.

Ilustración artística del centauro 2060 Quirón mostrando actividad y un disco de escombros
Ilustración artística de 2060 Quirón con actividad cometaria, depósitos de hielo y un tenue disco de escombros. Créditos: William D. González Sierra, Florida Space Institute (UCF).

Historia del descubrimiento y centauros más notables

El primer objeto que llevó a sospechar de esta población intermedia fue 944 Hidalgo, descubierto en 1920 por Walter Baade. Su órbita excéntrica lo acercaba a Júpiter y lo alejaba más allá de Saturno, algo inusual en aquella época. Aunque hoy sabemos que Hidalgo no se clasifica estrictamente como centauro, su hallazgo fue un precedente que mostró la existencia de cuerpos que transitan entre las órbitas de los planetas gigantes.

El primer centauro reconocido como tal fue 2060 Quirón, descubierto en 1977 por Charles Kowal. Durante años fue catalogado como asteroide, hasta que en 1989 mostró actividad cometaria. Desde entonces, Quirón se considera un objeto híbrido, con propiedades de asteroide y cometa, y se convirtió en el prototipo de esta nueva categoría de cuerpos menores.

En 1992 se descubrió 5145 Folo, cuyo color rojo intenso se asocia a superficies ricas en compuestos orgánicos complejos alterados por la acción de la radiación solar y el bombardeo de micrometeoritos. Este hallazgo reforzó la idea de que los centauros son portadores de materiales primitivos, diferentes a los asteroides del cinturón principal.

Un caso singular es 10199 Cariclo, descubierto en 1997, que sorprendió en 2013 cuando se confirmó la existencia de un sistema de anillos a su alrededor. Fue la primera vez que se detectaron anillos en un cuerpo de tamaño medio, revelando que estructuras dinámicas complejas pueden formarse también en objetos pequeños.

Ilustración artística del centauro Cariclo mostrando sus dos anillos
Impresión artística de los anillos que rodean al centauro Cariclo. Observaciones realizadas en Sudamérica revelaron que este pequeño mundo posee dos anillos densos y estrechos, un hallazgo sin precedentes entre los cuerpos menores. Crédito: ESO/L. Calçada/M. Kornmesser/Nick Risinger (skysurvey.org).

Entre los centauros más estudiados se encuentra también 8405 Asbolo, descubierto en 1995, cuya superficie oscura y rojiza lo convierte en un excelente laboratorio natural para entender cómo se modifican los compuestos superficiales por el ambiente espacial.

Por su parte, 7066 Neso (descubierto en 1993) presenta una órbita altamente excéntrica e inclinada, lo que lo hace muy inestable. Se espera que, debido a encuentros gravitatorios con los planetas gigantes, termine convirtiéndose en un cometa de corto periodo.

En las últimas dos décadas, la detección de centauros se ha acelerado gracias a grandes campañas de rastreo del cielo. El programa Pan-STARRS (Panoramic Survey Telescope and Rapid Response System), operado en Hawái, utiliza telescopios con cámaras de gran campo que escanean sistemáticamente el firmamento para detectar objetos móviles, incluidos asteroides cercanos a la Tierra, cometas y cuerpos transneptunianos. Por su parte, el Dark Energy Survey (DES), diseñado originalmente para estudiar la expansión acelerada del universo desde Chile, ha contribuido de manera muy importante al descubrimiento de centauros y objetos transneptunianos gracias a su profunda y repetida cobertura del cielo austral. Estos programas han multiplicado el número de detecciones y permiten trazar con mayor detalle las distribuciones orbitales y poblacionales de los centauros.

Los estudios dinámicos actuales revelan que una pequeña fracción de estos objetos puede quedar atrapada temporalmente en configuraciones especiales. Simulaciones realizadas por Holman y colaboradores muestran que aproximadamente un 30 % de los centauros terminan convertidos en cometas visibles, un 40 % son expulsados a regiones más lejanas y el resto acaban colisionando con planetas o el Sol. Se estima que entre el 0,4 % y el 2,8 % de los centauros podrían ser capturados temporalmente en las órbitas coorbitales de Urano y Neptuno, respectivamente, y alrededor del 0,1 % pueden llegar a convertirse en troyanos temporales de Urano.

Hoy en día se han identificado centenares de centauros, cada uno con características únicas. Entre ellos destacan los centauros retrógrados, cuya inclinación extrema sugiere que algunos podrían no haberse originado en el sistema solar, sino ser visitantes interestelares capturados temporalmente. Desde Hidalgo, Quirón y Folo hasta los hallazgos más recientes, estos cuerpos han pasado de ser meras rarezas orbitales a constituir un grupo esencial para comprender cómo interactúan los objetos del cinturón de Kuiper con los planetas gigantes y cómo algunos de ellos se transforman en cometas visibles en el sistema solar interior.

Listado de Centauros más notables

Estos son algunos de los centauros más relevantes, junto al asteroide Hidalgo, con sus particularidades y año de descubrimiento.

Nombre Descubridor / Año Diámetro aproximado Particularidades
944 Hidalgo 🇩🇪 Walter Baade, 1920 ~61 km Órbita excéntrica entre Júpiter y Saturno; inicialmente considerado un centauro, hoy se clasifica como asteroide tipo damocloide.
2060 Quirón 🇺🇸 Charles Kowal, 1977 ~220 km Primer centauro reconocido; muestra actividad cometaria intermitente.
5145 Folo 🇺🇸 David Rabinowitz, 1992 ~190 km Superficie rojiza rica en compuestos orgánicos complejos; ejemplo de alteración por meteorización espacial.
10199 Cariclo 🇺🇸 James Scotti, 1997 ~250 km Descubierto con un sistema de anillos en 2013; el mayor centauro conocido.
8405 Asbolo 🇺🇸 Spacewatch, 1995 ~66 km Superficie oscura y rojiza; objeto de referencia en estudios sobre alteración superficial.
7066 Neso 🇺🇸 Spacewatch, 1993 ~60 km Órbita muy excéntrica e inclinada; se espera que evolucione a cometa de corto periodo.

Importancia científica de los centauros

Los centauros nos ofrecen una oportunidad única para entender cómo se conectan las regiones externas del sistema solar con su interior. Sus órbitas inestables, alteradas constantemente por las influencias gravitatorias de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, nos muestran en tiempo real los procesos dinámicos que transportan cuerpos helados hacia el interior y que, en muchos casos, los transforman en cometas de la familia de Júpiter.

En cuanto a su composición, estos objetos revelan una gran diversidad. Algunos presentan tonalidades rojizas que apuntan a la presencia de compuestos orgánicos complejos poco alterados, mientras que otros muestran colores más neutros que sugieren superficies renovadas tras episodios de actividad. Estudiar estas variaciones nos permite comparar cómo diferentes condiciones ambientales y evolutivas afectan a los materiales primordiales del sistema solar.

La actividad cometaria detectada en varios centauros confirma que actúan como una transición natural entre los objetos transneptunianos y los cometas activos. Además, los casos de centauros retrógrados, con órbitas tan extremas que incluso se han propuesto orígenes interestelares, subrayan la complejidad y el valor científico de esta población. En conjunto, cada uno de estos objetos añade una pieza más al rompecabezas de cómo evolucionan los cuerpos menores bajo la influencia de los gigantes gaseosos.

El estudio de los centauros no solo permite entender la evolución individual de estos objetos, sino también su papel como eslabón entre el cinturón de Kuiper y los cometas de periodo corto. La tasa con la que los centauros se transforman en cometas jupiterianos es un parámetro clave para explicar la población actual de cometas observados. De este modo, los centauros constituyen una pieza esencial en el rompecabezas de la dinámica del sistema solar exterior, ayudando a conectar los procesos de transporte de cuerpos helados con la química que, en última instancia, influye en la habitabilidad planetaria.

Ilustración artística del centauro activo 2060 Quirón
Impresión artística del centauro 2060 Quirón, rodeado por un tenue disco de escombros y con depósitos de hielo visibles en su superficie. Créditos: William D. González Sierra, Florida Space Institute, University of Central Florida.

Exploración de los centauros

Hasta ahora, los centauros han sido estudiados principalmente mediante observaciones telescópicas desde la Tierra y desde instrumentos en órbita, lo que ha permitido determinar sus órbitas, tamaños, colores y, en algunos casos, su variabilidad de brillo vinculada a actividad cometaria. Sin embargo, a diferencia de los asteroides o cometas, ningún centauro ha sido visitado todavía por una sonda espacial, lo que convierte a esta población en un objetivo pendiente para la exploración directa.

Los estudios espectroscópicos realizados desde observatorios terrestres y espaciales sugieren que muchos centauros conservan hielos de agua, metano y otros compuestos volátiles, algunos de ellos detectados de manera indirecta a través de episodios de actividad. El caso de Cariclo, con su sistema de anillos, y el de Quirón, con actividad intermitente, han motivado propuestas de misiones que permitan observar estos objetos en detalle y resolver cuestiones como su estructura interna, la dinámica de sus anillos o el origen de su actividad.

Diversas iniciativas han planteado a los centauros como destinos potenciales. Una de las más concretas ha sido Centaurus, un concepto de misión de la NASA propuesto dentro del programa New Frontiers, que contemplaba el sobrevuelo de varios centauros en ruta hacia un objeto transneptuniano. Aunque no fue seleccionado, refleja el creciente interés de la comunidad científica. También se ha discutido la posibilidad de que futuras misiones al sistema exterior —con destino a Urano o Neptuno— aprovechen trayectorias intermedias para realizar sobrevuelos de centauros, tal como se hizo en su día con los asteroides en misiones a Júpiter o Saturno.

Las perspectivas de exploración se vuelven aún más atractivas con la llegada de grandes programas de observación como el Vera C. Rubin Observatory y su Legacy Survey of Space and Time (LSST), que en la próxima década multiplicará las detecciones de centauros. Este catálogo más amplio permitirá seleccionar candidatos idóneos para futuras misiones, priorizando aquellos con órbitas accesibles y características físicas peculiares.

En resumen, aunque la exploración de los centauros está todavía en su fase preliminar, la combinación de observaciones telescópicas y proyectos de misión abre la puerta a un futuro en el que podamos estudiar de cerca estos objetos clave para comprender la dinámica y la evolución química del sistema solar exterior.

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